EL SER CIVILIZADO Y EL SER SALVAJE
El ser humano a logrado
la división de todo, hasta de su origen y por ende, separarse del animal.
Según uno de sus
planteamientos existe una ecología humana y una ecología animal; somos
mamíferos, pero subsionamos la teta distinto al resto de los animales mamíferos
que integran el reino animal. Este hecho vital es visto como algo banal, que es
estudiado por su importancia, pero no se valora más allá de lo social – medico,
no se contempla lo ritual de este acto humano – animal.
Probablemente de no
haber perdido esa capacidad de los indígenas de proteger la naturaleza desde el
hecho que “es la propia naturaleza la que delimita el campo de acción de los
hombres y ellos responden a tales mandatos y los obedecen porque temen lo
compulsivo de la naturaleza. Lo mismo ocurre con los rituales a los grandes
ríos, al mar o a los volcanes: son espíritus vivos que reclaman la acción
humana en ciertos períodos y los hombres tienen que cumplir sus exigencias”
Se supone que el indígena
es incivilizado, cabe preguntarse: ¿ hasta que punto hemos alcanzado una civilización
que nos beneficie tanto a los seres humanos como a la naturaleza; la Homonatropia
plantea ese balance necesario que nos permita alcanzar un modo de vida sano para
nosotros y la naturaleza
“El indígena, si bien es
un “ser libre”, su libertad está condicionada y asociada a su propio
ecosistema, a sus rituales y, a su vez, está sometido a los designios y
compulsiones de su propia naturaleza, que se expresa de diversas maneras,
considerando que por tales virtudes, la misma naturaleza está investida de
divinidad y que, a la vez, la naturaleza es sagrada. Cada uno de los elementos
de la naturaleza está colmado de espíritus, pero algunos sitios de su propia
selva están muy marcados por la sacralidad.
Ante estos lugares hay
tabúes y comportamientos rituales. Las montañas y las fuentes de agua no pueden
ser profanadas sin el permiso correspondiente de sus espíritus y si los
espíritus no hablan por boca del chamán o sacerdote aborigen no puede haber
permiso para ninguna acción. Si se transgreden estos principios, los espíritus
se ensañan contra la sociedad y es necesario, por lo tanto, remitirse a los
rituales más tradicionales para agradar nuevamente a los espíritus tutelares.
Es, según nuestra mirada, una manera de realizar los rituales asociativos
porque el equilibrio se ha roto.
La ritualización
aborigen es constante, diaria, y no hay espacio sin sacralización. Por lo
general, el indígena vive siempre dentro de los límites de lo sagrado y, por lo
tanto, se refugia en el ámbito de lo divino. Su espacio venerable no puede ser
alterado sin el permiso y los rituales correspondientes. Si hay alteración,
acaecerán consecuencias. Esta ritualización y este comportamiento es lo que
conforma su condición humana.
Su ritualización y su
comportamiento ceremonial a través de su vida es también parte de su libertad,
sin embargo, en ningún momento se asume que viven bajo la opresión de lo
divino. Su sentimiento, su fe, su alegría, su tristeza, su angustia o su
incertidumbre, todos estos adjetivos que los califican de manera abstracta, también
son parte de su libertad. No poseer rituales sería para el indígena no ser
libre, es esta la antinomia de su propia concepción. Para ser libre el indígena
debe conducirse bajo los cánones del cumplimiento de sus rituales. Cumplir con
sus ceremonias es condición indispensable para que pueda ser verdaderamente
hombre libre en el más amplio sentido del término”.
Mitos de creación de la cuenca del Orinoco, Ronny
Velásquez Fundación Editorial El perro y la rana 2017
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